En su octava entrega, el espacio Docentes y Actualidad invita a reflexionar sobre un ícono de la cultura chilena que ha marcado generaciones: 31 Minutos. La reciente presentación del grupo en el escenario internacional de Tiny Desk (NPR, Estados Unidos) no solo fue celebrada por fanáticos en Chile y el extranjero, sino que también abrió una conversación sobre su relevancia musical, estética y cultural.
Para profundizar en este fenómeno, conversamos con Rodrigo Pincheira Albrecht, académico de la Facultad de Comunicación, Historia y Ciencias Sociales UCSC, profesor del curso Rock y Sociedad, melómano, escritor de reconocidos libros sobre música y destacado analista cultural. Desde su experiencia académica y artística, comparte una mirada clara y necesaria sobre cómo un proyecto televisivo de títeres se transformó en embajador cultural de Chile en el mundo.
Representa por supuesto un hito simbólico y cultural, porque nos muestra de qué manera un proyecto nacido desde la televisión pública chilena, con recursos modestos y además con una estética y un enfoque local, puede alcanzar un reconocimiento global.
¿Por qué razón? Por su originalidad, autenticidad y un humor que podríamos llamar inteligente. La llegada a Tiny Desk de la NPR, un espacio reservado para músicos y artistas consagrados con propuestas innovadoras, valida la potencia creativa del sur global y demuestra que la identidad latinoamericana puede estar en un lugar preferente, en igualdad de condiciones frente a la industria cultural de los países hegemónicos.
El equipo de 31 Minutos mostró la solidez de su propuesta musical, más allá de que tenga un componente televisivo y humorístico. La mayoría de sus canciones son paródicas, con ironía, pero tienen calidad musical: arreglos cuidados, interpretaciones precisas, y una estructura que mezcla pop, rock y guiños hacia la música latinoamericana.
El humor funciona como elemento crítico, como sátira hacia la cultura mediática (no olvidar que los creadores son periodistas). Todo esto sin perder calidad artística. Finalmente, la puesta en escena es genial: representa el espíritu del programa, un ejercicio de autenticidad y oficio.
De todas maneras. En México, por ejemplo, hoy es más popular que El Chavo del 8. Es una exportación singular y alternativa, no representa lo oficial, y eso gusta mucho a las audiencias. Trasciende la audiencia infantil: también lo ven los padres jóvenes.
Como embajador cultural es efectivo porque promociona valores como humor, creatividad, conciencia social y trabajo colectivo, todo parte del imaginario latinoamericano. Poner a 31 Minutos en escenarios como Tiny Desk o Lollapalooza visibiliza el arte, la creatividad y la música chilena contemporánea. Una vez más se demuestra que cualquier idea artística con sello propio puede proyectarse en el mundo sin perder identidad. Como dice la frase: “Muestra tu aldea y mostrarás el mundo”.
Por una parte, las canciones tienen melodías simples, accesibles a los niños. Por otra, incluyen ironía, crítica y referencias que los adultos reconocen. Eso genera equilibrio y una experiencia compartida entre generaciones.
Para los niños, está el universo lúdico y creativo. Para los adultos, el humor y la crítica a la sociedad actual. Así, el repertorio cruza edades, clases y contextos, y constituye un patrimonio afectivo colectivo.
Yo mismo soy papá de niños de la generación de 31 Minutos, y compartimos esa experiencia con otros padres. Además, el programa fue hecho por adultos para un niño distinto, el del siglo XXI: crítico, informado, conectado a redes sociales y con muchas preguntas. Hubo un trabajo editorial pensado para esa audiencia.
Canciones recordables con estructura pop, humor inteligente, y personajes entrañables y queribles que responden a arquetipos universales: el ingenuo, el soñador, el artista frustrado, el periodista… forman parte de un imaginario reconocible en cualquier parte del mundo.
La estética también es clave: artesanal, creativa, distinta a los Muppets, pero con títeres bien hechos y llenos de detalles, como Tulio Triviño o Calcetín con Rombos Man. En un mundo digitalizado y plástico, esa calidez y cercanía se aprecian y marcan diferencia.
Los personajes son queribles, reflejan nuestras contradicciones con humor y ternura. Es un proyecto que mezcla música, humor y crítica social, y confirma que lo auténtico, hecho con sello propio, puede cruzar fronteras.