Bebidas energéticas y jóvenes: una moda que puede pasar factura

Docente y Actualidad

Es común ver a estudiantes universitarios con una bebida energética en la mano. Ya sea en medio de una larga jornada de estudios, antes de rendir un examen, tras una noche sin dormir o incluso antes de entrenar. Pero, ¿qué sabemos realmente de estos productos? ¿Son tan inofensivos como parecen?

Para reflexionar sobre esta tendencia en alza, conversamos con Rodrigo Buhring, nutricionista y académico UCSC, quien desde su experiencia clínica y formativa alerta sobre los riesgos poco visibilizados del consumo frecuente de estas bebidas, especialmente en adolescentes y jóvenes universitarios.

¿Qué contienen realmente estas bebidas?

“Las bebidas energéticas no son simples refrescos. Están compuestas por cafeína, taurina, azúcar, vitaminas del complejo B, aminoácidos, y en muchos casos, extractos vegetales y aditivos como colorantes y saborizantes”, explica Buhring. Su principal efecto es la estimulación del sistema nervioso central, lo que genera una sensación temporal de energía, mayor concentración y lucidez.

Sin embargo, esa “energía extra” tiene un costo: “Es un impulso artificial que el cuerpo no siempre está preparado para sostener, sobre todo si el consumo es frecuente o excesivo”.

Una popularidad en alza entre jóvenes

¿Por qué se han vuelto tan comunes entre estudiantes?

“La presión académica, las largas jornadas de estudio, la vida universitaria agitada, el deporte y la publicidad constante hacen que muchos vean estas bebidas como una solución rápida para rendir más”, señala Buhring. Pero no todo es tan simple: “Varios de sus componentes generan dependencia y, sin darse cuenta, los estudiantes comienzan a consumirlas de forma habitual, incluso diaria”.

Consecuencias físicas y mentales

Aunque muchas veces se perciben como inofensivas, las bebidas energéticas pueden provocar importantes efectos adversos: “Palpitaciones, insomnio, vómitos, nerviosismo, irritabilidad e incluso una baja en el rendimiento académico. Además, hay evidencia de que pueden afectar la salud mental y aumentar la ansiedad”, advierte Buhring.

Su impacto en la salud cardiovascular es especialmente preocupante. A largo plazo, su consumo habitual puede elevar los factores de riesgo para enfermedades crónicas como hipertensión, pérdida de masa ósea, obesidad y alteraciones del metabolismo.

¿Y si las mezclamos con alcohol o deporte?

Uno de los usos más comunes —y peligrosos— es mezclar bebidas energéticas con alcohol, algo que suele ocurrir en fiestas universitarias. “La cafeína puede ocultar los efectos del alcohol, lo que hace que las personas no perciban su nivel real de intoxicación. Eso incrementa los riesgos de accidentes y sobrecarga al sistema cardiovascular”, explica el experto.

Durante la práctica deportiva también pueden ser contraproducentes: “Dan una falsa sensación de energía, lo que lleva al sobreesfuerzo muscular y al agotamiento. Se pueden generar arritmias y afectar el rendimiento”.

¿Qué alternativas hay?

No todo es prohibición o alarma. Buhring propone mirar hacia soluciones reales y sostenibles: “Hay muchas formas naturales de mantenernos activos y concentrados. El té, el mate, los jugos naturales, una alimentación balanceada, hidratación adecuada y buenos hábitos de sueño pueden marcar la diferencia”.

El especialista también destaca la importancia de informarse y tomar decisiones conscientes: “Los jóvenes deben saber que su bienestar no depende de una lata. El cuerpo necesita descanso real, no estímulos artificiales que solo disfrazan el cansancio”.

Una invitación a reflexionar

Esta conversación no busca demonizar el consumo ocasional, sino abrir un espacio de reflexión entre quienes más recurren a estas bebidas sin medir sus consecuencias.

En palabras de Rodrigo Buhring “Estas bebidas pueden parecer una solución práctica, pero su consumo constante puede traer más problemas que beneficios. Es importante educarse, hablar del tema y no normalizar lo que puede ser dañino”.

¿Y tú, qué eliges cuando necesitas energía?